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Un cuento. Una realidad.

A ti, que estás en el ajo:
Imagina que mañana, o cualquier otro día, te sientes mal y acudes al médico.
Imagina que no hay médico de cabecera.
Ya sabes, ese profesional que conoce de tu historial, incluso tu carácter, y que tiene una comprensión global del funcionamiento del cuerpo que le permite desarrollar una profunda intuición, un “ojo clínico” y, cuando no te resuelve la papeleta por sí mismo, es capaz de enviarte las pruebas precisas y de derivarte al especialista apropiado.
Pero como en nuestra historia no hay médico de cabecera, vas directamente a un especialista.
Ahora imaginemos que en nuestra comunidad autónoma los especialistas más valorados son los otorrinos y los podólogos, por lo que en nuestro consultorio imaginario todos los puestos de los médicos de cabecera son ocupados por otorrinos y podólogos.
Esta circunstancia es maravillosa si sufres de otitis o de juanetes, pero quizá no tanto si lo que necesitas es ayuda para sobrellevar una úlcera de estómago o, peor, un dolor difuso de estómago cuya causa desconoces, ya que es un médico quien debe descubrírtela e indicarte el tratamiento apropiado.
Así pues, vamos a imaginar que en este consultorio carente de médicos de cabecera y repleto de otorrinos y podólogos, tu necesidad es que alguien atienda apropiadamente tu dolor de estómago. 
¿Qué crees que sucedería?
Pues pueden suceder muchas cosas.
Podemos encontrarnos con que el otorrino o el podólogo, que pueden ser excelentes en sus respectivas especialidades, se vean completamente desarmados ante dolencias que ignoran y proporcionen una atención deficiente que, tratándose de un ámbito tan sensible como la salud, tenga unas consecuencias nefastas inmediatas.
Podemos encontrarnos con que el otorrino o el podólogo entiendan que les es necesaria una capacitación extra y se formen para tener el perfil que realmente demanda su puesto, pero es más fácil que suceda lo contrario: que el especialista en medicina general, viéndose relegado, acabe formándose como otorrino o podólogo, ya que eso es lo más valorado en ese momento, cuando no necesariamente ser un buen especialista va a garantizar ser un buen generalista, o viceversa.
Puede suceder también que el otorrino o el podólogo se frustren por no ejercer sus auténticas especialidades y que, a la par, viendo que tienen asegurado su rol como médicos de cabecera, se acomoden completamente a su situación, adoptando una actitud pasiva.
Finalmente, ese otorrino o ese podólogo podrían revindicar que cada especialidad tenga su hueco, ya que todas tienen su pertinencia, o limitarse a aceptar lo que es más ventajoso para ellos, con independencia de lo que sea más ventajoso para el sistema sanitario.
¡Pero esa barbaridad no va a suceder!
No, o espero que no, ya que en salud las consecuencias de una acción de este calibre serían visibles, inmediatas.
Otra cosa es la educación. Las consecuencias de una buena o mala calidad educativa no se ven inmediatamente, al contrario, deben pasar muchos años para reconocerse.
Ahora revisemos el cuento, pero hagamos los siguientes cambios:
  • No es un consultorio médico, es un colegio.
  • No son dolores, son necesidades educativas.
  • No son médicos de cabecera, sino tutores.
  • No son podólogos ni otorrinos, sino maestros, igualmente profesionales, pero de otras especialidades que acaban asumiendo las funciones de un tutor, funciones para las que no están cualificados.
Pero claro, nadie se muere por esto. ¿O quizá sí?
Ser tutor es algo más que enseñar matemáticas, lengua, naturales, sociales y plástica.
El tutor es el profesional que pasa más horas con un alumno.
Es, de hecho, tan esencial, que se supone que ha de acompañar a su grupo al menos dos cursos, ampliables a tres, por ser esta continuidad de cara al seguimiento tan importante para la calidad de la educación; con independencia que, por el funcionamiento de nuestro sistema actual, se den situaciones como que un grupo llegue a estar con cuatro interinos durante un mismo curso.
El tutor es alguien que vela especialmente por la educación global del alumno: sus necesidades de aprendizaje, sus motivaciones, sus relaciones con los compañeros…
El tutor suele ser el primero que detecta cualquier tipo de dificultad, tenga ya que ver con el aprendizaje o con cualquier otro aspecto del desarrollo: socialización, problemática familiar, personalidad, miedos.
Asimismo, el tutor ejerce labores de coordinación con sus compañeros y es también quien ejerce de nexo entre el centro y las familias.
Estas funciones implican una formación específica, una formación que va más allá de la mayor cantidad de horas cursadas en las áreas didácticas y psicológicas; asignaturas que profundizan más en la gestión de los grupos, el conocimiento del alumnado y la interacción con los demás agentes educativos.
Cambiar a un tutor por un especialista, por competente que este sea, por más valorada que esté su especialidad, es igual que cambiar a un médico de cabecera por un otorrino o un podólogo.
Un colegio tiene, como mínimo, seis cursos de primaria, con unos veinticinco alumnos por grupo. Si es de dos líneas, tendrá doce. Por tanto, cada centro debería tener doce tutores de Primaria y, sin embargo, ya se está hablando de la extinción de los maestros de Primaria. Desde que comenzó la crisis, de cada 100 puestos se han repuesto 10 o incluso menos lo que, además de suponer un aumento de la precariedad (aumentan las necesidades con la población, pero disminuyen las plazas) debería suponer, al menos, un aumento de carga de trabajo para los interinos.
Sin embargo, la bolsa de trabajo de Primaria es la que menos se mueve en relación a otras especialidades; se mueve tan poco que, como dijimos, se habla de su extinción y aunque dicha extinción se justifica por el aumento del bilingüismo, es evidente que no es la única causa. La causa de fondo es la devaluación de una labor para la que nosotros estamos formados específicamente.
No tiene ningún sentido, pero lo que en sanidad se considera escandaloso en educación es socialmente aceptado. ¿Por qué razón?
Dejamos la respuesta a tu criterio.

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